20071220

LVII Convención Anual de Asovac, Ponencia

Realizada en la UNET (Universidad Nacional Experimental del Táchira), San Cristóbal, Venezuela, 20/12/2007


ANALISIS DE LA EXPRESIÓNLA CIENCIA NO PIENSA” DE MARTÍN HEIDEGGER EN LAS POLÍTICAS DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA DE LA VENEZUELA ACTUAL, ESTUDIO DE CASO:
EDUCACIÓN SUPERIOR

J. Pascual Mora García

Profesor de la ULA-Táchira.

Resumen

Nos proponemos hacer un estudio epistemológico de la ciencia y la tecnología en las distintas escenificaciones del tiempo histórico nacional venezolano del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Para ello echamos mano de Martín Heidegger en una conferencia que ofreció en Friburgo donde enunció la frase "la ciencia no piensa." La expresión de Heidegger hay que interpretarla en el sentido de que la ciencia normal (en la terminología de Th. S. Kuhn) no piensa; es decir no cuestiona su paradigma. Le corresponde a la filosofía plantearse este tipo de cuestiones que en cierta medida completa el saber de la ciencia. En este sentido, partimos de la hipótesis de que históricamente las políticas en ciencia y tecnología estuvieron sujetas a la imposición de la Modernidad cultural, y que son escasas las reflexiones que sobre el paradigma científico que se han hecho en Venezuela.

Palabras claves: filosofía de la ciencia, mentalidad, técnica.

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La “ciencia no piensa” es una expresión del filósofo alemán Martín Heidegger, y me permito retomarla porque me parece oportuna para iniciar la reflexión: Hacia una Evaluación de la Política Científica y Tecnológica de la V República, que se realizará el día jueves 20 de diciembre en el marco de la Convención Nacional de AsoVac en San Cristóbal, propuesta por el Grupo Venezolano de Historia y Sociología de la Ciencia coordinado por la Dra. Yajaira Freites (IVIC) y el Dr. Humberto Ruiz (ULA).

La expresión de Heidegger hay que interpretarla en el sentido de que la ciencia normal (en la terminología de Th. S. Kuhn) no piensa; es decir no cuestiona su paradigma. Le corresponde a la filosofía plantearse este tipo de cuestiones para en cierta medida completar el saber de la ciencia. En este sentido, partimos de la hipótesis de que históricamente las políticas en ciencia y tecnología estuvieron sujetas a la imposición de la Modernidad cultural, y que son escasas las reflexiones críticas que sobre el paradigma científico se han hecho en Venezuela. En ese sentido, en la IV República (expresión simplista, que confieso no me gusta para clasificar el tiempo histórico nacional, pero que la asumo a contrapelo de la propuesta del Simposio) las elites económicas y el maridaje de cierta intelligentsia criolla con el poder político diseñaron las políticas científico-tecnológicas de los gobiernos de turno, es decir, funcionaron como aparatos ideológicos del Estado, y sirvieron de base en el diseño del tiempo histórico nacional; organizaron los ritos y conmemoraciones cívicas, la historiografía y la en­sayística, determinaron cuál debía ser el paradigma científico dominante, planificaron la economía política de la verdad científica y tecnológica, incluso diseñaron cuándo, cómo y dónde debía invertirse y distribuirse los recursos de la nación, además de a quiénes se debían favorecer socialmente. En una palabra, pactaron con los centros hegemónicos del poder científico y tecnológico mundial: v. gr. Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, y la CEPAL, que como sabemos son el remedo del paradigma tecnocrático mundial; representan el poder de la tría: EEUU, Japón y la CEU. De esa manera, la escenificación del tiempo nacional diseñada desde las elites se convirtió en una suerte de esqueleto del imaginario científico nacional, y a la postre en la gran maquinaria que impuso el paradigma científico-tecnológico dominante.

Debemos aclarar de entrada que cuando hablamos de intelligentsia criolla, deslindamos dos sectores: uno, la intelligentsia criolla apegada al poder político que diseñó los planes de la nación y los paradigmas dominantes de las políticas de Estado en ciencia y tecnología, p.e. el paradigma planificador, y el paradigma tecnocrático. Y, otro, el sector de la intelligentsia criolla, casi clandestino que desarrollo la ciencia y la tecnología en los laboratorios y centros de investigación sufriendo todos desafueros de los deficientes apoyos a la investigación. Incluso de políticas gubernamentales ni siquiera los tomaban en cuenta para consultarles sobre los destinos del país. Solo recordemos el caso del Centro de Investigación del Estado para la producción Agroindustrial (CIEPE) durante el mandato del presidente Rafael Caldera. Al respecto Marcel Roche, entonces presidente del CONICIT señala: “supe por primera vez del CIEPE en 1969 (…,) y lo supe por trascorrales, pues no fui informado oficialmente ni consultado, como ha debido ser (….,) al margen de la vinculación del CONICIT, y desvinculado del ambiente nacional (industrial y académico, etc) se llevó a cabo de 1969 a 1973, la instalación del laboratorio (por parte de investigadores israelíes) (…) No hubo contraparte de investigadores venezolanos.” (Roche, 1987:245-246)

No fue precisamente un canto a la ciencia y la tecnología la IV República, como se ha querido hacer ver, ya que fueron fundamentalmente individualidades las que hicieron los aportes más significativos, e incluso lograron desarrollar sus aportes con recursos muy limitados. Al respecto recordemos que el desconocido Baruj Benacerraf, premio nobel en Medicina y Fisiología 1980, nativo de Venezuela, “creo_dice Marcel Roche_ que, en Venezuela, Benacerraf hubiera tenido más dificultades en llevar a cabo sus investigaciones. Hubiera sido afectado por los presupuestos para la ciencia que suben y bajan intempestivamente, nuestra nefasta tendencia a cortar la cochina en partes iguales y a favorecer por igual al destacado y al mediocre, nuestro turbulento ambiente social y el omnipotente virus político.” (Roche, 1987:208) (Refiere Marcel a un artículo publiado en El Nacional, el 8 de noviembre de 1980)

Por eso el problema no solo es de políticas de Estado sino también de imaginarios sociales construidos y afianzados como mentalidad colectiva, de la misma manera que se ha legitimado la corrupción también se ha interiorizado el mito del minotauro (Uslar Pietri mediante_ es el petróleo. El mito del minotauro ha sido legitimado por el rentismo petrolero que generalizó en el inconsciente colectivo que todo político tiene la responsabilidad de repartir la renta, y garantizar el bienestar social sin nada a cambio, tesis que por cierto se afianzó desde 1945, como recuerda Luis Ricardo Dávila: “con fines políticos, AD como partido conductor de las luchas democráticas y populares, al llegar el 18 de octubre de 1945, puso el mayor énfasis no en el destino productivo (inversión) de la siembra del petróleo, sino en el destino distributivo (consumo) de la renta petrolera, para obtener apoyos políticos, para manejar el capital humano nacional (educar, sanear, alimentar y domiciliar) y crear las condiciones de consolidación del mercado interno, con un alto poder de compra.”[1] No es casual que el mismísimo Rómulo Betancourt dijera en 1945 que: “Nosotros comenzaremos a sembrar el petróleo. En créditos baratos y a largo plazo haremos desaguar hacia la industria, la agricultura y la cría, una apreciable parte de esos millones de bolívares esterilizados, como superávit fiscal no utilizado en las cajas de la Tesorería Nacional” (Citado por Dávila, 2006. Rómulo Betancourt , Alocusión a la nación 30 de octubre de 1945.)

El paradigma dominante, en nuestras universidades públicas y privadas, en la V República sigue apostando por los códigos del mundo empresarial, como si fuera el único desideratum del ser universitario, sin pensar en la sustentabilidad del modelo económico. Muy al revés de las políticas de Estado que apuestan por un sistema de mayor inclusión. Se pretende señalar que la finalidad fundamental de la universidad sea la productividad económica, hasta el punto que se adiestra a los docentes para que asuman “el éxito académico casi exclusivamente en términos de crear trabajadores cumplidos, productivos, el nuevo programa conservador para una nación resurgente evade cualquier compromiso para formar ciudadanos críticos y comprometidos.” (Mc Laren, 1989:198) Se busca productividad pero a costa de un ejército que sirva al mercado y sacrifiquen el espíritu crítico. Para defender esta posición a ultranza se apela a dilemas para hipostasiar el sueño americano en los jóvenes profesionales, y se desconoce que el problema de fondo es la crisis que vive el paradigma científico tal como fue diseñado por la Modernidad. Esta visión de talante neoconservador que caracteriza a la universidad venezolana y que busca trasladar la lógica del mercado a la universidad hay que discutirla.

La supuesta neutralidad valorativa de la ciencia es otro de los problemas que debe ser analizado. Aquello de que “todo lo que es técnicamente posible es éticamente necesario,” debe ser confrontado para evidenciar los peligros inmanentes que amenazan a la sociedad. Las agendas iniciadas hace unos años en los programas del CDCHT de la ULA trajo como consecuencia un rechazo social por potenciar el uso de los transgenicos. De la misma manera se instaló una comisión de bioética, que no podido superar la ruina del tiempo. En el Táchira la degradación genética que sufren nuestros campesinos por la sobre saturación de fosforados y la acidificación del suelo sigue siendo problemas de los que tenemos dar cuenta. La tesis de Manuel Kant en la Crítica de la Razón Pura (1787), según la cual el hombre debía arrancarle los secretos a la naturaleza, en vez de convivir con ella, ha demostrado ser errónea. Hoy, más que nunca, se impone la necesidad de una complementariedad y convivencia con la naturaleza, pero esa premisa sigue siendo secundaria en el diseño del paradigma científico-tecnológico que se diseña en nuestras universidades.

La política estatal, en la V República, ha iniciado lo que se ha denominado un programa de participación ciudadana y apropiación social del conocimiento científico-tecnológico (José Miguel Cruces y Hebe Vessuri, 2005). En el entendido de que “pareciera haber bastante consenso que la ciencia en cuanto actividad necesita ser socialmente controlada porque es una fuente tanto de cosas buenas como malas, con impactos diferenciados sobre grupos de personas.” (Wynne, 2001. Citado por Cruces y Vessuri, 2005)[2] Se busca concienciar la ciudadanía para que se involucre en la toma de decisiones de las políticas de ciencia y tecnología; porque este problema no es exclusivo de los canonizados científicos. Es un planteamiento que busca mirar la ciencia y la tecnología “desde abajo”, de vincular los sectores sociales; se trata en concreto de construir una participación social de la ciencia.

En esta misma dirección, el Estado venezolano plantea un modelo de inclusión a través de los diferentes programas alternos: Universidad Bolivariana de Venezuela, Misión Sucre, Misión Alma Mater, Misión Ciencia, etc., la universidad tradicional, pública o privada, se niega a incorporarse a un proyecto que busca una universidad comprometida. No buscamos dar soluciones, proponemos unas ideas para el debate. Con ello quiero decir, que si bien los programas alternativos propuestos por el Estado venezolano no han sido suficientemente satisfactorios en términos de calidad, eficacia y eficiencia; también no es menos cierto que las políticas en materia de ciencia y tecnología han sometido a crítica el paradigma tecnocrático y presentan un camino sustentable caracterizado por la inclusión, así como, la recuperación de las técnicas ancestrales, la proyección de proyectos endógenos, además de vincular las empresas con la universidad a través del compromiso social expresado en la Ley de Ciencia y Tecnología, dando nuevas alternativas para el financiamiento científico-tecnológico. Que sea política de Estado: he aquí la novedad!. Tradicionalmente había sido la universidad la que cuestionaba la política neoliberal, paradójicamente la propuesta actualmente es al revés (Clarac, 2003); de eso se trata, de debatir. A esa voluntad con sentido apostamos.!

Pero tenemos que denunciar aquí, que si bien el proyecto tiene un fin bueno en sí mismo, en el sentido aristotélico, también la forma como se ha aplicado no ha sido tan santa. En la mayoría de los casos, no se ha reconocido la trayectoria de los investigadores expertos para los puestos de dirección, y en su defecto se han colocado no especialistas. Incluso se ha maltratado a los investigadores con trayectoria, como me lo manifestaba en una ocasión un presidente de Fundacite, con el argumento de que ahora se esta favoreciendo a las masas, y que los investigadores consagrados ya tuvieron su tiempo. Sin embargo, debo advertir que esta forma maniquea de gerenciar la ciencia y la tecnología no es nueva. Quiero recordar aquí que esta tendencia de igualar por abajo a secas, no sólo es de la V República, como recordábamos a propósito con Marcel Roche: “nuestra nefasta tendencia a cortar la cochina en partes iguales y a favorecer por igual al destacado y al mediocre.” (Roche, El Nacional, 8 de noviembre de 1980.)

En el caso que nos ocupa, nuestra exposición intenta presentar una crítica epistemológica a las visiones parciales e interesadas con criterio más político-partidita que científicas, tanto de la IV como de la V República; es decir, buscamos hacer una mirada crítica del paradigma científico-tecnológico que se propone desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología en la V República, y cuáles son los logros experimentados, que en nuestro caso sólo desatacaremos e nivel de la Educación Superior. Más aún, pensamos que esa “evaluación de la política científica y tecnológica en la V República” debe pasar también por una metaevaluación, es decir, debemos saber cuáles son los estándares contra los cuales se contrastan esas evaluaciones. El problema de la evaluación de la investigación científico-tecnológica es sin duda muy complejo, pues "no existe ninguna norma independiente. Lo primero que preguntaría al usuario un tecnólogo competente en tests de rendimiento es: ¿qué porcentaje de examinados quiere que suspendan? Sólo así puede proceder confiadamente el tecnólogo a construir los tests y entregar el resultado solicitado (...) El tests es un instrumento peligrosamente flexible cuando se queda sometido a un control político directo." (MacDonald, 1997:25). Lo mismo sucede con las evaluaciones de la ciencia y la tecnología, pues no son nunca neutras. Aquella pretensión de la supuesta neutralidad política e ideológica de la ciencia hace rato que quedo superada, luego de los aportes de K. P. Feyerabend, Thomás Kung, K. Popper, e I. Lakatos.

Por eso preguntarse por una metaevaluación de la investigación en la universidad pasa primero por preguntarse sobre qué estandar se realiza esa evaluación. Tenemos que hacer un esfuerzo especial para intentar apartar los árboles que no nos dejan ver el bosque, y superar el estado de locura dulce de una discusión polarizada políticamente, que se distrae en la discusión de lo accesorio por lo substantivo.

Pero este es un problema de la IV y de la V República, en las derechas y en las izquierdas; de allí que el que tiene el poder define cuál es y cuál debe ser la verdad; "la verdad _afirma Foucault_ no está fuera del poder, o careciendo de poder (…) la verdad es de este mundo (…) cada sociedad tiene su propio régimen de verdad, su política general de verdad: es decir, los tipos de discursos que acepta y los hace funcionar como verdaderos; los mecanismos e instancias que capacitan a uno para afirmar la verdad o falsedad de determinadas expresiones." (Foucault, 1980:131.) De lo cual podemos inferir que cada gobierno tiene su propia economía política de la verdad. He aquí la importancia de la necesaria vigilancia epistemológica (G. Bachelard), y del intelectual orgánico (Gramsci) para la construcción de una política de ciencia y tecnología sustentable y con pertinencia social.



[1] Dávila, Luis Ricardo (2005) “El imaginario perolero (petróleo e identidades nacionales en Venezuela).” En Martín Fechilla, J. y Yolanda Arnal. (Comp) Petróleo nuestro y ajeno. La ilusión de Modernidad). Caracas:UCV., p. 384

[2] Cruces, J y Hebe Vessuri (2005) Ciencia y Tecnología. Venezolan@s participan y opinan. Caracas:Ministerio de Ciencia y Tecnología., p.18